Porque nada queda oculto
Miercoles 30 de Abril de 2025
30 julio 2020 - 20:09
Ignacio Antonio González, conocido popularmente como “Nacho” es el primer diácono de la Diócesis de San Nicolás. Fue ungido en el diaconado el 26 de septiembre de 1986.
Jesucristo Misericordioso mira al cielo y al campo. Su afiche está en la puerta. Es una bienvenida al conocido, al vendedor ambulante; al amigo que siempre está por volver.
Ignacio Antonio González, conocido popularmente como “Nacho” nos recibe en su patio. Elsa, su mujer; entra a preparar la cocina para recibirnos. Él es el primer diácono de la Diócesis de San Nicolás. Fue ungido en el diaconado el 26 de septiembre de 1986. Y no olvida al padre Pedro Semesca que lo fue guiando y le dio la oportunidad de hacer su vida en Cristo.
En su cocina, hay sensación de abrigo. En la hornalla el agua caliente silba en la pava. Una imagen de la Virgen de Luján preside el ambiente. Nacho es simple y claro al contar de su Gualeguay natal y de su infancia como aprendiz de carpintero. Su madre, Rita Grasso, quería que uno de sus seis hijos se dedicara a trabajar la madera. Y así fue carpintero como su abuelo José.
Nacho cuenta que los caminos lo fueron enamorando, quizás todavía no utilizaba la palabra peregrino; pero lo fue a lo largo de su vida de trabajo.
Las pensiones de aquella década del 50 eran un pandemónium de migrantes de todas las provincias que, como Nacho, llegaban a la ciudad en busca de trabajo. Una Villa Crespo populosa lo recibió con los brazos abiertos.
También escuchó el llamado de las aguas profundas. Anduvo en los astilleros y en los puertos; entre remolcadores y barcazas. Fue carpintero de a bordo de naviera Badaracco y, un día, volvió a buscar a Elsa y se casaron en su ciudad.
Vientos de vida. Luces y sombras del mundo que se fueron abalanzando sobre la juventud en aquella Argentina de principio de los 60.La Capital Federal y las mueblerías en las que trabajó. Las manos acostumbradas a enchapar madera; su arte en las terminaciones: pero en Gualeguay estaba Elsa Yrigoyen; el amor, la mujer que lo acompaña hace cincuenta y tantos años, no sólo en la vida sino en el camino junto a Cristo.
Un tiempo en el Gran Buenos Aires. La vida en Florencio Varela. Los largos viajes a la Capital, la vida en el hogar; y una hermana de Elsa en Villa Campi. Nacho conocía la zona por haber trabajado en las areneras y los barcos. La Emilia presentaba ofertas de trabajo como Somisa; pero Nacho le había escapado a las alambradas, su espíritu más independiente lo lleva trabajar en MaderMat y un tiempo después en la Mueblería de D´Adamo. Mientras iba levantando su casa en un lote que había comprado su suegro unos años atrás.
A mediados de los 70, para cumplir con el pueblo de La Emilia, el Obispo, Monseñor Ponce de León, dispone que su auxiliar, Monseñor Pedro Semesca, sea el nuevo párroco en Nuestra Señora del Socorro.
Los chicos, la escuela, el trabajo; los regresos a Gualeguay a encontrarse con los afectos; pero ya empezaba a comprometerse más con la comunidad de adopción. Uno de sus hijos, Javier, tenía que hacer la comunión y Elsa iba a las reuniones de catequesis para los padres, pero Nacho no podía por el trabajo.
Semesca valoriza lo humano con ejemplos de trabajos manuales, conduciendo el todo a lo espiritual.
Semesca en una oportunidad le dijo a Nacho ¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero, si pierde la vida? ¿O cuánto podrá pagar el hombre por su vida? San Mateo 16:26-27
Esa frase empezó a hacer su trabajo. Y Nacho empezó a involucrase más en la escuela. Y la escuela, muchas veces, era la sede de la Misa. Los González, junto a otras tantas familias devotas de Villa Campi, hacía lo posible y lo imposible para recaudar dinero con peñas, encuentros y festivales. Y es así que Nacho es elegido vicepresidente de la comisión pro-templo. Todos se arremangan y trabajan. Su pastor Pedro Semesca da ejemplo. El cura divide su día en estudios en teología y derecho canónico; sus compromisos como párroco; a veces como albañil; a veces como restaurador de heridas del alma. Pero Semesca sabe que, para poder ir a Roma, necesita que Dios le elija a uno: y ahí está Nacho, camino a estudiar a la Escuela de Cultura Religiosa. Elsa ya está como catequista; Nacho trabaja con el Grupo Juvenil a nivel diocesano.
Finalmente Nacho ingresa a Somisa. Pero recuerda que tenía que seguir capacitándose y la escuela funcionaba en Pergamino. Y ahí apareció la bondad del ingeniero Lambrisca que le preguntó si estaba seguro de querer continuar los estudios religiosos, y Nacho reafirmó su voluntad. Y allá marchó, en los colectivos junto a los obreros que volvían a Pergamino; y regresaba con el turno de las 22:00 que salía de aquella ciudad vecina. Siete años de trabajo y esfuerzo en Cristo finalizaron con la decisión de Monseñor Domingo Castagna. En una fiesta de San Pedro y San Pablo, Semesca le dice que el 4 de agosto recibió los ministerios: lectorado y acolitado. Y el 26 de septiembre de 1986 en la Parroquia el Perpetuo Socorro fue ungido como el primer Diácono la Dioscesis de San Nicolás. Al día siguiente, ofició su primer casamiento. El domingo 28 su primer bautismo, y el 29 Pedro Semesca le pide que se haga cargo de la parroquia hasta que llegue su reemplazo; porque él es enviado a Roma.
“El diácono permanente casado” es el libro escrito por Monseñor Hugo Norberto Santiago, actual Obispo de San Nicolás donde pone de manifiesto el compromiso de los diáconos que participan de una manera especial en la misión y la gracia de Cristo. Ignacio Antonio González, conocido como Nacho, al igual que Cristo que se convirtió en diácono, sirve a todos.
Por Javier Tisera.